El arte debe volver a la vida. Aunque implique sacarlo de los mausoleos del arte en que lo hemos confinado para controlar su potencial de cambio social. Aunque signifique que vuelva a ser hecho por personas consumidoras y ciudadanas, gente normal, sin pretensiones de parecerse a Miguel Ángel Buonarroti o a Luis Camnitzer.
ALICE de Montserrat Retana y Melissa Rojas en Vimeo
El arte debe volver a la vida aunque implique embriagarlo con la comunicación, complicarlo con narrativa, enredarlo con diseño utilitario y software colaborativo. Alejarse de virtuosismos absurdos, chistecitos objetuales o grandes especulaciones competitivas, que lo cierran sobre si mismo, alejan del público y vuelven a las personas artistas materia de subasta ganadera.
Retornar a lo que ha sido: arte vernáculo, omnivoro y huérfano por decenas de miles de años, defenestrado del buen gusto, fuera del radar de supuestos expertos, inmune a toda fortuna crítica. Arte y vida son uno, pero no la fácil provocación duchampiana, sino el equilibrio de aparentes opuestos, cuyos extremos se besan y reproducen en el vortex social.